La Edad (685)

17 septiembre 2010

Si tengo que elegir entre callar o gritar, grito, porque callar es renunciar. Cuando debo optar entre la charla amena y el debate ardiente, elijo el segundo, porque renunciar a confrontar ideas es optar por el silencio, y el silencio es un mal consejero cuando se tiene cierta edad.

En el caso de tener que mentir para que me acepten, pues que no me acepten, porque fingir después de los años es robarle sentido a la vida. Más vale que no me quieran por lo que soy que tener que inventar a quien no soy para que me quieran. Si sabiendo tengo que declarar que no sé para que quien no sabe piense que sabe más que yo, o decir lo que sé aunque los que escuchan piensen que no sé lo que digo, elijo lo segundo, porque prefiero que me odien por lo que sé y no que me quieran por mi ignorancia. Si los que me escuchan no saben la diferencia entre el debate y la convivencia, entre la pelea y el consenso, transformando adversarios de un momento en enemigos definitivos, no me queda más remedio que seguir pagando el precio de ser como soy, porque si dejara de serlo traicionaría a todos los años que me condujeron hasta el presente.

En otras palabras, de esa charla entre mí y yo nació la persona que soy hoy. Mayor, pero joven. Adulta, pero adolescente. Peleadora, pero una dama. Son esas las armas para luchar contra el peor enemigo de los muchos años “la vejez”. No sé por qué, pero últimamente me detengo en las cosas más que de costumbre… y me gusta detenerme. Miro cada detalle, cada movimiento. Cuento los tiempos de espera, y así, en cámara lenta, voy descubriendo paisajes que no conocía. Hay vientos, brisas, colores, oscuridades. Hay gente, y miro sus ojos. Casi todos buscando respuestas a su ansiedad, casi todos en una constante seducción a mansalva con el resto del mundo. Van y vienen, se ríen, no se ríen, hablan, gesticulan, buscan, pasan…No saben lo que se pierden…

¿Tomarán conciencia de que cada movimiento que hacen, por minúsculo que sea, puede separar el aire? ¿Sabrán que cada paso que dan, por rápido que sea, deja una huella? … Una huella que dice: “Por aquí pasó alguien”. ¿Sabrán que cada palabra que dicen ocupa un lugar que hasta ese momento lo llenaba un silencio? Y yo sigo allí… observo. Sé que no voy a tener respuestas, porque jamás voy a preguntar nada. A veces me siento metida en un mundo al que no pertenezco. Definitivamente “yo voy en cámara lenta”. Pero es tan maravilloso sentir el espacio abriéndose a mi paso como si me temiera… o como si me amara. Y para colmo respiro hondo, me lo tomo todo, hasta las toxinas. Toco imaginariamente el cielo con mi cabeza… Obviamente, no debo estar del todo bien, me doy cuenta de que, además de ir en cámara lenta, voy a contramano. Por eso no se asustes si los miro y me detengo allí por un rato, o si acaricio lentamente una flor y cierro los ojos. O si nos abrazamos, y les pido que no me suelten todavía… que esperen un poquito más. Es solamente para poder respirarlos. Creo que tengo una necesidad inmensa de trabajar para tener recuerdos. Palabras guardadas, el ritmo de mi corazón.

Recuerdos que respalden mi vida. Recuerdos que pueda contar con todos los dolores y alegrías. Descubrí… que no es lo mismo pasar por la vida que vivir. Que no es lo mismo mirar a los ojos, que entender lo que ellos dicen. Y que es lo mismo el cielo que esta tierra verde. Yo quiero guardar, acumular, tener un archivo de paisajes y sensaciones reales. Ése será mi capital, mi tesoro. La velocidad contagia como una plaga, y yo sé que estoy inmunizada. Sigo… canto mi propia canción y me atropellan multitudes veloces. ¿Se reirán de mí? Confieso que a veces yo lo hago y no está mal. Porque la imperfección siempre causa risa o causa desconfianza. Acabo de darme cuenta de que estoy de curiosa en este mundo. Por eso… Cuando pases a mi lado, trata de ralentar el paso aunque sea una semicorchea, y sé que es mucho pedir, pero es que… quiero que formes parte de mis recuerdos. Quiero guardar la sensación de tu proximidad. Y no sé, dejo abierta la duda, aunque solamente el tiempo será testigo: “Dentro de nuestra posibilidad de guardar la vida, espero que nos demos un hermoso lugar. Quiero creer que nos llevaremos en el corazón para que podamos contar que por allí pasé y que por aquí pasaste”. Yo… seguiré mi camino con mi lentitud, a contramano, curioseando la vida. Y vos, con tu velocidad a cuestas, que quién sabe a dónde te habrá llevado. Pero no importa… “Hay un lugar donde todos llegaremos, los rápidos y los lentos. Y allí, los rápidos esperarán por primera vez, que los lentos les contemos cómo fue vivir”.

Es por todo esto y más que siempre que puedo me dejo llevar por la joven que me habita, porque la edad podrá afectar al cuerpo pero no a la niña que soy, y permitir que los años amordacen y oxiden a esa infante rebelde es caer en la emboscada que la vejez le tiende a todos los que dejan de tener esperanza en el mañana y se rinden a los achaques que los años les regalan. Lo que sí, no me cabe la menor duda de que moriré muy joven, aunque el cuerpo sea muy pero muy viejo. Ojala ustedes también!!!


Autor: Bruno Kampel



Apliquémoslo a todas las edades, a decir y no callar pero sin decir todo lo que se piensa y pensando todo lo que se dice. Y si, la vejez es un estado de ánimo.

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